Ayer te presentaba el libro “La sociedad que vaciaba úteros” de la comadrona independiente Irene Garzón Núñez y hoy quiero presentarte un fragmento de una de sus historias.
Es la historia de Sara y Juan en la que la autora toca la pérdida gestacional dentro de su libro.
Espero que te guste, yo estoy deseando conocer la continuación y cómo acerca al gran público el tema de la pérdida.
Te dejo con ella.
Sara llega a casa. Cuelga el abrigo en el perchero y sube a la habitación a echarse un rato. Lleva todo el día revuelta, con las malditas náuseas que padece hace más de un mes ya. Además, hoy había estado especialmente incómoda. Le dolían los riñones, como cuando te va a venir la regla, aunque más suavemente. “Da igual, estoy tan contenta, al fin estoy embarazada, como si me paso vomitando hasta que nazca el bebé, aguantaré todas las molestias y dolores que me traiga este embarazo. No importa nada. ¡Voy a tener un bebé! ¡Por fin!”
Después de la mola, de las esperas y de las dos in vitro* fallidas… Por fin estaba embarazada de un bebé. Lo habían visto hacía unos días. Diez semanas ya, y allí estaba su bebé dando saltos dentro del útero. ¡Cómo se movía! Y Juan preguntaba:
—¿Pero no lo notas?
—Pues no, no noto nada.
—Caramba, pues con esos brincos que pega, parece que lo tendrías que notar.
—Aún es muy pronto —dijo el ginecólogo.
“¡Qué contento estabas en la ecografía. Por fin vamos a tener un bebé!”.
Juan se dirige a su coche mientras saca el móvil del bolsillo, marca y se lo pega a la oreja. Acaba de cerrar la venta del campo de golf para el dichoso hotel. Meses y meses detrás de ellos y finalmente se han decidido a comprarlo. Qué ganas de contárselo a Sara.
—Coge el teléfono, venga —dice, impaciente. Hacía tiempo que no era tan feliz. Por fin, todo empieza a ir bien. Saca las llaves del Audi y al acercarse a él, piensa en que ya va siendo hora de comprarse un coche nuevo.
—Uno de esos espaciosos, mucho más grande, con un maletero en el que cabe de todo, porque cuando venga el bebé, vamos a necesitar mucho espacio. Además, ahora puedo comprarme el que quiera. Tenemos que ir al concesionario, a ver cuál quiere Sara.
¿Dónde estás? Seguro que te apetece venir. Después de tanto tiempo intentándolo, por fin vamos a ser padres. Deseo tanto, tantísimo hacerte feliz… Después de todo lo que has pasado, mi niña… Te voy a mimar como te mereces. ¿No lo coges? Bueno, ahora nos vemos. Esta vez sí, esta vez vamos a tener un bebé. Nada nos lo puede impedir. Ya nos toca a nosotros. Tanta gente tiene hijos que no quiere… ¡Siete años! Que se dice pronto, hace ya siete años que decidimos que queríamos tener un hijo. El camino ha sido duro, pero ya estamos aquí. Por fin, Sara está embarazada y esta vez de verdad, esta vez tiene dentro un bebé, diminuto, de unos dos centímetros, dijo el médico, pero se le veía perfectamente, saltando y brincando ahí dentro y con un corazón que latía fuerte y rápido. Esta vez lo vi con mis propios ojos, estaba allí, mi hijo. La última vez que estuvo embarazada, no era de un bebé, sino de una mola.
Aquello fue horrible. Con la ilusión tan grande que teníamos, que tenía ella, mi niña preciosa. Aún recuerdo su cara y cómo me apretaba la mano cuando tumbada en la camilla, para su primera ecografía, el médico nos explicó lo que pasaba. Y cómo su cara fue cambiando a medida que se daba cuenta de la realidad. Según nos explicó el doctor García, era como si en vez de estar creando un bebé, se estuviese creando una especie de uvas, unas bolsas llenas de líquido que se reproducían sin parar, como si se hubiese quedado atascado el proceso de hacer el bebé y el cuerpo se limitase a repetir una y otra vez la misma función.
Al principio no lo entendí muy bien. Hasta le pregunté al médico si podíamos darte algo para desatascar el proceso, para seguir con el embarazo. Esto era del todo inservible, ya que allí no había ningún bebé y además, era peligroso. Había que sacar todo eso de la matriz cuanto antes, y lo peor de todo, es que había que esperar un año para volver a intentar un embarazo. Tu cara estaba lívida, se te había quedado congelada la expresión y lo único que hacías, era apretarme la mano. Tanto, que me clavabas las uñas, pero no te dije nada porque era lo único que me recordaba que la sangre aún estaba circulando por mi cuerpo. Ese dolor me hacía seguir en pie, ser el fuerte y no derrumbarme. Después de eso, cuando por fin pudimos intentarlo de nuevo, nunca más volviste a quedarte embarazada.
Empezamos con las pruebas de esterilidad y resultó que yo apenas tenía espermatozoides. Pero, ¿cómo podía ser? Si te había embarazado antes, si Maribel, mi ex, abortó porque tuvimos un descuido hace ya mucho años. Raquel, tu amiga homeópata, nos explicó que era muy probable que del impacto de verte sufrir tanto, mi cuerpo se cerrara en banda y se negara a hacerte pasar por algo así otra vez. A mí, esa teoría siempre me pareció una gilipollez, porque es lo opuesto a lo que queremos: ¿cómo voy a dejar de producir espermatozoides porque no quiero embarazarte, cuando lo que quería durante muchos años, era justamente eso? Bueno, a mí Raquel no me da mucha credibilidad, con sus teorías hippies y su casa llena de cuentagotas para todo.
Bueno, el caso es que al final tuvimos que recurrir a la in vitro, y encima con esperma de otro, pero eso da igual, que el hijo es de quien lo cría y lo cuida; y yo lo voy a querer como si fuese mío, porque es que lo es. Yo solo quiero que tú seas feliz y yo estaré allí, siempre, para intentar hacerlo posible.
¡Qué ganas de llegar a casa! ¡Qué ganas de contarte lo del hotel! Darte un abrazo, un beso y llevarte a cenar fuera. A celebrar que me han contratado otro campo, menos mal, que la puta crisis… ya estaba empezando a preocuparme de verdad.
18:40
“¡Caramba, vaya siesta que me he echado!”, piensa Sara al despertarse. “¡Buena falta me hacía!” Enciende la luz y según se incorpora, nota cómo moja las bragas, “cuánto flujo estoy echando. Mañana me acerco al médico a ver qué puedo hacer”.
Va al baño a hacer pis. Le dan unos retortijones. “Si apenas como nada, cómo voy a tener diarrea”. Otro retortijón fuerte. Y otro. Según está sentada en el váter, le entran ganas de vomitar. “No puedo controlarlo. Mierda, no tengo nada aquí para vomitar”. Se levanta rápidamente, se inclina sobre el inodoro y vomita. Con la primera arcada, nota cómo sale algo por su vagina y resbala por su pierna. No puede apartar la cabeza de la taza y, cuando por fin pasan las náuseas, mira qué ha pasado. Nada más verse las piernas, lo sabe. “No, no puede ser. Esta vez no”. Entonces lo ve en el suelo, lo coge y lo aprieta entre sus manos. “No, no puede ser. Hace unos días estabas ahí saltando en mi interior, lleno de vida dentro de mí. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no esperaste, bebé? Mamá te quería con todas sus ganas… No, no, mi bebé, no, no.”
Juan entra en casa. “Sara ya está aquí”, piensa; sus llaves y su bolso están en la mesa de la entrada. Su abrigo, en el perchero; sin embargo, no se oye nada. Ni tele, ni radio… “Estará en el baño”.
—¿Sara? —la llama. No contesta. Sube las escaleras y ve que la luz de la habitación está encendida —. Hola, cariño —dice al entrar en la habitación vacía—¿Sara? —no contesta y Juan se empieza a preocupar— ¿Por qué no contestas?— La puerta del baño está entreabierta, pero la luz está apagada: con lo poco que le gustan a Sara los sitios oscuros, Juan no cree que esté ahí. Se asoma y por fin, la encuentra sentada en el suelo.
—¿Qué haces? ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no contestas? Sara, ¿estás bien? —dice, mientras se agacha a su lado y le coge las manos. Están mojadas. Según sus ojos se habitúan a la poca luz que entra del dormitorio, Juan empieza a ver bien a su mujer.
Sara levanta la cabeza y le mira. Ha estado llorando y tiene la cara manchada.
—¿Pero qué pasa? Dime algo, por favor —suplica Juan, angustiado.
—Lo hemos perdido. Se acabó otra vez.
—Pero, ¿estás segura? Seguro que el bebé está bien. Vamos, levanta, te llevo al hospital. Vamos, cariño, agárrate a mí —dice, tirando de ella.
—No, no lo está, está aquí —y mientras dice esto, abre sus manos despacito y Juan lo ve: una bolsita, como un huevo pequeñito con la yema roja y un bebé diminuto, de unos dos centímetros, como había dicho el médico. Su bebé estaba allí, en las manos ensangrentadas de su mujer y él no podía hacer nada más que abrazarla y llorar.
* Mola hidatiforme: masa de células anormales formadas a partir de tejido placentario. Fecundación In Vitro: Técnica en la que se realiza la fecundación fuera del cuerpo de la madre.
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Puedes leer más sobre este proyecto:
En Mimos y teta blog: La sociedad que vaciaba úteros
En Mimos y teta blog: La historia de Marta y Cristina
En Duelo Gestacional y Perinatal: La sociedad que vaciaba úteros. De Irene Garzón Núñez
En Duelo Gestacional y Perinatal: Sara y Juan. Fragmento