La pérdida en el embarazo es un hecho cotidiano que sucede, desgraciadamente, todos los días en todas partes del mundo.
Normalmente es algo que no se airea, a no ser que seas de la familia y te enteres de que “la prima ha perdido el bebé que esperaba”. Es algo que no nos llama la atención, ha ocurrido toda la vida y siempre se ha sobrevivido a ello y se ha continuado adelante.
El problema viene cuando esa pérdida te ocurre a ti.
De un momento a otro todo el universo dulce y apacible en el que estabas sumergida, ese estado de locura y felicidad que es el embarazo se marchita y se rompe dejándote sumida en la oscuridad más profunda y absoluta.
Es difícil hacerse una idea de lo que es si no se ha pasado por ello. La muerte en nuestra sociedad es un tabú, algo de lo que se habla en el tanatorio y en el funeral y ya está. Después se acaban los días de permiso y hay que volver al trabajo y a la vida. Aunque estés física y emocionalmente hundido.
Si además la persona que muere es el bebé que llevabas en tu vientre, tu lentejita, tu amor… Descubrirás la cara oculta de la sociedad, una sociedad que querrá hacer como si no hubiera pasado nada, que te animará a “ser la de antes” como si obligándote a olvidar te estuviera haciendo un favor para que no sufras.
Nunca volverás a ser la de antes.
De hecho, ni tú ni tu pareja volveréis a ser los de antes. Porque la vida os ha pasado por encima como un camión de la basura impertérrito llevándose con él las luces y condenándoos a la oscuridad más profunda.
La noche oscura del alma comienza cuando te dan la terrible noticia.
Tal vez comenzaste a sangrar pero guardabas la esperanza, porque la esperanza es lo último que se pierde. Pero la tecnología no miente y el profesional lo confirma: no hay latido, no hay vida. Y tú sientes que la vida que se ha ido es la tuya.
Los hombres también lo viven, también sufren.
Lo que ocurre es que son momentos en los que hay que olvidarse de uno mismo y estar por la mujer, que no sólo vive su dolor emocional, sino que vive también los dolores de parto, un parto tras el cual espera la muerte, el vacío. Y más dolor.
No sólo la mujer y el hombre se transforman.
O la otra mujer, en caso de ser una pareja lésbica, sino que también la pareja sufre su metamorfosis, ya que, aunque no haya un bebé físico, ese hijo que ha poblado su vida por un pequeño espacio de tiempo ya los ha convertido en familia.
Y aunque se haya ido en forma física, su recuerdo, su espacio vital va a permanecer para siempre.
Cuando tengan otro hijo, cuando lo lleven por primera vez al cole, cuando juegue su primer partido de fútbol, cuando se eche novia, cuando les traiga de visita a sus nietos… todo ello les recordará a ese otro que no está, que se fue tan pronto.
Ojo, y recordar a este hijo no es patológico ni es una señal de que el duelo no se realizó correctamente. También nos acordamos de ese abuelo o de esa madre que falleció y no nos verá vestidas de novia. Las personas que se van dejan su poso, su huella en nuestras vidas. Y aunque no estén presentes, de alguna manera siguen vivos en nuestra mente, en nuestra propia historia. Al menos las personas cercanas a nosotros, las más queridas. Y un hijo entra también en esta categoría.
Historias inconclusas.
Es verdad que en la literatura dentro del mundo de la salud mental hay muchos casos documentados de familias en las que la madre murió un poco con ese hijo que se fue y olvidó a los vivos (incluso a los que nacieron después) para mantener un vínculo poco sano con ese que se fue. No hace falta estar loca para esto. Sólo con que no tenga apoyos o herramientas para transitar su duelo, que se le obligara a callar y seguir adelante, que quedara una historia inconclusa con alguien que se fue y del que no se pudo despedir…
Para que esto no suceda es importante poder hablar de ese pequeño, llorar su pérdida (sí, a veces ni para llorar nos damos permiso), guardar sus cositas como recuerdo, tener un espacio en casa dedicado a él, dedicarle un tiempo cada día o cada semana, tal vez una pequeña tumba que limpiar y en la que poner unas flores…
Como ocurre con toda persona que se va, es importante despedirse para que no quede la sensación de que la historia quedó sin concluir. O incluso que se originen fantasías en las que se pueda llegar a pensar que todo ha sido un error y que ese bebé está vivo en algún lugar. Se oyen tantas historias, incluso hasta casos reales, que por qué no podría ser el tuyo uno de ellos.
Una pareja que acaba de perder un bebé necesita tiempo.
Desgraciadamente, es lo que nuestros médicos en los servicios de salud no disponen, pues tienen que despachar para que entre el siguiente paciente.
Sin embargo hay profesionales que se toman la molestia de mirarnos a los ojos, de explicarnos lo que ha pasado o lo que creen que ha podido pasar, lo que va a ocurrir a continuación, lo que van a necesitar desde un punto de vista médico y tienen en cuenta lo que necesitarán desde un punto de vista emocional.
Profesionales que validan tus sentimientos, que los escuchan, que nos explican de nuevo con paciencia lo que no entendimos, que nos dejan información escrita y un número de teléfono por si necesitamos contactar con alguien que nos acompañe.
Estos profesionales existen. Ojalá hubiera muchos más para que todas las parejas se pudieran sentir acompañados y contenidos en una situación tan dura y estresante para ellos.
Mónica Álvarez
Psicóloga, N-01500, Terapeuta de pareja y familia
Directora de la Escuela Stillbirth Support
Fragmento de un texto publicado en la revista “Tu bebé”.