Estoy preparando este texto que me ha enviado una amiga, compañera, hermana, alumna…
Tengo la piel de gallina y una sonrisa en los labios.
Es el texto de una Madre rota por el dolor de la pérdida, pero también el de una Mujer empoderada y salvaje después de una experiencia extrema.
Una experiencia de vida y de muerte.
Espero que disfrutes del texto tanto como yo.
Mónica Álvarez
No nos preparan para esto, no para saber que de la misma manera que somos portadoras de la vida esa misma vida puede no llegar al camino que esperamos.
Por el contrario nos explican la importancia del ácido fólico, de las vitaminas y toxoplasmosis, pero dejan de lado toda una parte emocional y espiritual, toda esa parte a la que la mujer también está expuesta y que cuando se ve inmersa en algo así no es capaz de gestionar porque nunca nadie le habló de eso.
De cómo el piso se te tambalea y no sabes a qué agarrarte.
De esa sensación de pena que te va inundando y del duelo que viene después.
De cómo has de volver a lo más primitivo y ancestral del ser mujer y de encontrar un lugar donde colocar esa ilusión que se ha visto truncada.
Estaba en la sala de urgencias, la ginecóloga buscaba el latido de su corazón.
Yo en cambio estaba lejos, desnuda sobre la tierra, con los pies y las manos escarbando y sintiendo y arañando la tierra, que olía a campo mojado, a bosque, a musgo, a fértil, a mujer ancestral, a sabiduría guardada desde hace siglos, desde que el mundo es mundo, sentía la tierra en mis uñas y olía a una planta que no he sabido hasta hace poco lo que era.
Mientras yo pasaba mi dolor, mi inmensa pena a esa tierra, ella me acogía con un manto, me mecía, me calmaba y me hacía entender que todo estaba bien, que aunque yo no entendiera el por qué, todo estaba bien.
Sentía las voces de mujeres, chamanas, primitivas, salvajes, ancestrales que me decían que no estaba sola.
Cuando la ginecóloga me dijo que no se oía el latido del bebe toda la habitación olía a azaleas y yo buscaba la tierra en mis uñas convencida que la encontraría.
Una semana después tuve que ir al hospital porque a pesar de sangrar aún estaba conmigo.
Mi cuerpo no reacciona bien con la química, siempre lo ha hecho a base de cariño, mimos y plantas, con remedios caseros de abuelas sabias y esta vez no fue distinto.
Por más que me provocaron las contracciones para que saliera no lo consiguieron, un aborto es duro, pero el proceso médico lo endurece aún más si cabe.
Después de 48 horas el médico me dijo que habría que pasar por quirófano, la pedí un rato más porque sabía que saldría solo, que no iba hacer falta el legrado.
Le hablé, de alma a alma, le agradecí, le permití marchar.
Me lo imaginé desanudando raíces, aflojando los nudos que no le permitían marchar, le acompañé en el camino, le tendí mi mano para que entre los dos no nos pudiera el miedo ni la pena.
Y salió, sin quirófano, sin dolor.
Pude despedirme de él, pude ver su cuerpo canijillo y agradecerle, nos pudimos presentar formalmente y sentí una gratitud tan inmensa que todo pareció girar a nuestro alrededor, sin espacios ni tiempos, solo desde el amor profundo.
A pesar de que la experiencia ha sido inmensa, del crecimiento que ha supuesto para mí, el amor y agradecimiento total y eterno por esas semanas de felicidad conjunta es lo más doloroso por lo que nunca he pasado.
En realidad estás tan rabiosa y enfadada con el mundo que tienes que sacarlo y te sorprendes a ti misma golpeando la cama con rabia, con fuerza, volcando toda esa ilusión que se ha convertido en rabia y en un enfado con el mundo que supera cualquier otro tipo de enfado, porque está vez eres tú quien llevaba la vida dentro y has ido sintiendo como a poquitos se iba apagando y no había nada que pudieras hacer, qué impotencia¡¡¡.
Yo sólo pude agradecerle los momentos de ese amor infinito que me dio,la ilusión renovada y esa sonrisa perenne que llevaba conmigo gracias a él.
Agradecerle que me ofreciera la oportunidad de sentir tanta tanta felicidad y que existiera la posibilidad de amar, cuando no podíamos ni ponernos cara.
Y solo desde el amor profundo, desde lo más hondo de una mujer dejas partir, te despides y guardas en el corazón a ese ser que no pudo, no supo o no…al fin y al cabo venir.
La vida se sigue abriendo camino.
A cada paso que damos, en cada bosque, en cada tierra fértil que se abona con amor, con el cariño paciente con el que se hacen las cosas a poquitos, volcando generosidad y esperanza.
Y así vamos vaciando el dolor, vamos limpiando, vamos reconstruyendo…
Los duelos no son fáciles, pero son necesarios, es toda una transformación.
Se necesita volver a pintar la vida, se necesita reconstruirse, reencontrarse, reconectarse, volver a poner a cero el marcador de la esperanza y la ilusión.
Permitirnos sentir dolor es la única manera de dejar paso a lo nuevo, permitirnos llorar tanto como necesitemos es la única manera de vaciar para poder volver a llenar después.
Nunca sentí como ahora la maravilla de ser mujer.
MUJER, con letras grandes, de lo que somos desde que el mundo es mundo, desde el comienzo de la madre tierra, ahora entiendo porque la tierra es madre y lo que yo soy.
Escapa del razonamiento lógico que empleamos en nuestro día a día, está en el plano de la espiritualidad, de la transmisión, de las energías, de lo ancestral, de buscar a la mujer salvaje y autentica que llevamos dentro, lo primitivo se mezcla con lo actual, se cruzan vidas, vivencias, emociones y me siento unida a algo que no se ponerle palabras.
A algo que supera lo terrenal, que me abre las puertas para pertenecer a las raíces de la vida.
Han pasado apenas días y cuando me ducho me paso el jabón por la tripa y rompo a llorar…
Qué complicado aceptar que no todo está en nuestras manos, que la vida es como el oleaje del mar, que va, viene y vuelve a ir…
Qué injustos somos a veces con nosotros mismos, qué egocentrismo nos empuja a creer que también teníamos poder y culpa sobre algo que no nos pertenecía, que solo somos portadoras y acompañantes.
Que difícil a veces no cargar contra nosotros mismos.
Qué de sentimientos encontrados los que redirigir para poder encauzar, tal vez no sea ni necesario encauzarles, tal vez sólo hay que permitirles estar cuanto necesiten para que ellos solos encuentren el camino de salida.
Nadie nos avisa de esto, de esta necesidad de gritarle al viento.
Tampoco nos advierten que ya no seremos aceptadas ni incluidas en el grupo de mujeres “mamás”, porque no abrazamos, educamos, ni pasamos noches en vela.
Pero nadie se para a pensar que ese amor y ese dolor en la pérdida ya nos valida y nos respalda como madres, yo me siento madre, soy madre.
Pero lo digo bajito porque siento que las miradas se pueden convertir en escepticismo, las caras en gestos de compasión y no quiero compasión, quiero poder situarme en algún lugar de este inmenso catálogo de clasificaciones en los que no encuentro mi sitio.
Pienso en el corazón de tantas mujeres que pueden llevar esta pena.
Que también quisieron gritarle al viento y que tal vez nunca se lo permitieron.
Aquí está mi herida, la estoy curando, mimando, sanando, meciendo y permitiendo que se vea para que no se ponga fea y se enquiste.
Tengo una azalea en casa que no para de florecer y que no deja que me olvide ni por un momento que donde hay amor hay vida.
Marilys Saso