Del blog de Ileana Medina Tenemos Tetas traemos esta interesante reflexión. La fotografía es de Laurent Ladever
El aborto es uno de esos temas peliagudos que nunca sabemos por dónde cogerlo. Está de nuevo de actualidad, dado que el PP pretende anular la ley del aborto que aprobó el gobierno anterior. Leo un artículo de Elisa R. Court en el blog de Marisol Ayala, que me ha inspirado este.
Es necesario hablar de ello, aún a riesgo de equivocarnos o de no tener claras todas las ideas, porque creo que el debate público sigue estando lejos del meollo del asunto.
¿Debe ser legal el aborto?
Hay dos factores milenarios que nos llevan a la desagradable situación de un embarazo no deseado: la falta de información, y la falta de autoestima que padecemos las mujeres. Ambas son consecuencia del patriarcado, y no se curan con más patriarcado (más control) sino con más conciencia y más empoderamiento femenino.
En los países industrializados, aumentan los abortos, aumenta la infertilidad, aumenta el uso de métodos anticonceptivos, y disminuye la natalidad. La procreación, la maternidad y los niños se convierten en general en “obstáculos” para el trabajo, el “éxito”, la vida propia, la libertad individual…
Truco retórico falaz, en primer lugar, porque no son solo las mujeres inmigrantes (paren más que las nativas), discapacitadas o menores, las que abortan. Una gran cantidad de mujeres adultas, perfectamente capacitadas, renuncian o postergan la maternidad, o nos limitamos a tener un solo hijo. El derecho a la maternidad -y a una infancia feliz de los bebés y niños, a una (con)vivencia feliz de los adultos con nuestras crías- no se consigue ilegalizando el aborto, sino con políticas positivasde apoyo a la maternidad.Tanto el derecho a no reproducirnos, como el derecho a reproducirnos en las mejores condiciones, debe ser respetado, uno no niega al otro. El aborto se minimiza cuando las condiciones sociales son óptimas para la maternidad, ampliando y no restringiendo derechos.La natalidad baja de los países prósperos indica que la sociedad en su conjunto se vuelve adversa a la maternidad, a la reproducción y a los niños pequeños. Es el precio que hemos pagado por la incorporación de la mujer al trabajo, por el aumento de la productividad y por un modelo social donde prima única y exclusivamente la producción de bienes materiales. El prestigio de la maternidad y la crianza baja, y sube el prestigio del triunfo laboral y personal (lo cual conviene a los mercados, principal fuerza socializadora). Pasan a reproducirse sólo los extremos sociales: las clases altas -que delegan la crianza en criadas-, y las clases muy bajas, sin acceso a la planificación familiar, con embarazos no deseados. Las familias trabajadoras de clases medias lo tenemos muy crudo para reproducirnos, criar y trabajar a la vez.
La Iglesia y la derecha resultan hipócritas porque pretenden resolver el problema con prohibiciones (que luego ellos mismos no cumplen), y no con políticas de cambio social que vayan al origen del asunto. La izquierda, los sindicatos, las feministas, los homosexuales… ¿sin saberlo? también se han sumado a la voz coral que dice que lo más importante es el trabajo (la otra cara del mercado). Así, es normal que embarazos, partos, lactancias y crianzas felices no sean prioridad para nadie. ¡Pero se trata de la continuidad y de la calidad de nuestras vidas!
¿Y qué condiciones sociales serían óptimas para la maternidad?
Los países nórdicos, que se enfrentaron hace décadas a índices bajos de natalidad, lo solucionaron bastante bien. Noruega se considera el mejor país del mundo para ser madre, y también para vivir, por cierto. En Noruega el aborto es legal, la maternidad es apoyada, y las mujeres tienen una alta participación en los asuntos públicos. Valdría la pena estudiar con interés el modelo noruego.
Bajas maternales (y paternales) más largas, políticas de conciliación reales, prestigio de las labores de crianza y cuidado, mayor implicación de los hombres en las labores de cuidado y domésticas, flexibilización de las condiciones laborales para los progenitores (teletrabajo, trabajos por objetivos y no presencialistas, guarderías en los centros de trabajo, incluso trabajos a los que se pueda acudir con niños…), convertir las ciudades en espacios acogedores para los niños; embarazos, partos y lactancias respetados, placenteros y felices… el desplazamiento, en fin, hacia una ética del cuidado. Mujeres y hombres que queremos retomar el poder sobre nuestras vidas, que valoramos nuestro tiempo privado y familiar, que intentamos sanar nuestros vínculos emocionales, y dejamos de ser seres unidimensionales, meras fuerzas de producción.